Tuesday, March 16, 2010

LA PREGUNTA

No se trataba ya del descaro con que actuaban las autoridades del C.N.E. (Consejo Nacional Electoral), en contubernio con los demás organismos e instituciones entregadas al régimen: además del descaro, imperaba la burla… una burla descarada y ofensiva, que traía implícita una trampa más.

No importó para nada estos elementos de distorsión y el pisoteo de la dignidad nacional, los líderes de la oposición persistieron en cumplir con esa parte del libreto en el que los dirigentes opositores tenían que llevar a sus seguidores al matadero, para cumplir con un trato que les aseguraba a ellos una “parcela política”, aunque ésta fuese chimba y coja.

En un país como Venezuela, donde ya existía una distorsión comunicacional descomunal, el C.N.E. presentó la pregunta que se les haría a los votantes para aprobar o no la llamada enmienda de apenas cinco artículos de la constitución bolivariana, cariñosamente llamada por Chávez: “La Bicha”.

He aquí la histórica pregunta:

"¿Aprueba usted la Enmienda de los artículos 160, 162, 174, 192 y 230 de la Constitución de la República, tramitada por la Asamblea Nacional, que amplía los derechos políticos del pueblo, con el fin de permitir que cualquier ciudadano o ciudadana en ejercicio de un cargo de elección popular, pueda ser sujeto de postulación como candidato o candidata para el mismo cargo, por el tiempo establecido constitucionalmente, dependiendo su posible elección, exclusivamente, del voto popular?"

Faltando unos diítas para el referéndum (del 15 de febrero de 2009), Nelson Bocaranda, en conversación telefónica con Julio César Camacho, aseguró que en la confusión de la redacción de la pregunta se encontraba escondida la guillotina final, pues no estaba claro qué se podría y qué no se podría interpretar luego de que el “SI” le ganara al “NO” (a favor de la “enmienda”). Entre esas interpretaciones, según Bocaranda, estaba la posibilidad de que Chávez, sin tener que renunciar a su cargo como presidente y convocar a nuevas elecciones, inmediatamente después de su triunfo en el referéndum del 15 de febrero (del 2009), podría modificar, una vez más, la constitución y alargar de un solo guamazo el período presidencial a 10 años y cumplir así su promesa (SU AMENAZA) de continuar su mandato hasta el 2019… y más allá, hasta que su cuerpo aguantara.

Hemos recalcado en este libro que jamás debimos haber aceptado acudir a esta caricatura de referéndum, por tratar un tema viejo, ya votado… capítulo cerrado y sellado, lo que en el campo jurídico se conoce como “cosa juzgada”. Sin embargo, la estrategia ameritaba acudir a los comicios con la ilusión por delante. Se le había asegurado al pueblo elector que, siempre y cuando se defendieran los votos, los comicios cumplirían con el objetivo de darle un nuevo parado a Chávez, quien – por cierto – ya había amenazado con volver a solicitar un referéndum similar si perdía el del 15 de febrero (de 2009) o, incluso, que llamaría a una constituyente, en caso de no poder lograr su enmienda por la vía de los referendos. ¡Una verdadera burla!

En esa misma conversación telefónica entre Bocaranda y Camacho, el 12 de febrero de 2009, el primero le aseguró al segundo que la cosa no estaba fácil para el “NO”. ¿Y no fue hasta entonces, faltando horas para que nos degollaran, que Nelson Bocaranda se dio cuenta? No. Hacía unas semanas, en conversaciones con el mismo Julio César, Bocaranda le aseguró que no debíamos haber aceptado acudir a ese referéndum y que estaba más que claro que por la vía electoral no iríamos a ninguna parte. ¡Había descubierto el agua tibia!

Debo repetir, una y mil veces además, que había cualquier cantidad de elementos para evitar que se diera ese referéndum de enmienda. Había que embasurar al país buscando la ingobernabilidad absoluta, basándonos en el atropello que de la constitución nacional estaba haciendo el régimen. Para el universo entero esa conclusión hubiera sido más que entendible. Había que sublevar al pueblo para sacar de Miraflores al régimen usurpador. Sin embargo, ya que se decidió acudir a las urnas, lo menos que pudimos haber logrado era intentar modificar la pregunta para hacerla más clara… o para hacerla clara, punto. Una tarea que se sabía sería imposible, pero que – por lo menos – se pudo haber intentado para no quedar tan mal ante nosotros mismos, como sociedad. Algo como para poderle haber dicho a nuestros nietos: “lo intentamos, pero no nos fue posible.”

Tal y como fue redactado ese adefesio literario, no decía absolutamente nada y lo decía todo. Ahí no se supo por qué se estaba votando. Los electores contrarios a Chávez sabían que debían votar NO… y los chavistas tenían que votar SI. Eso era, más o menos, la realidad de aquel garabato que pasará a la historia como la mayor tomadura de pelo que régimen alguno le haya propinado a un pueblo elector.

Ya veremos los remolinos que traerá el haber aceptado acudir a las urnas para votar, a favor o en contra, de aquella pregunta… eso será de coger palco. Interpretaciones irán e interpretaciones vendrán, en medio de un maremoto de indecisiones por parte de los dirigentes de la oposición, quienes cada día se entramparán más en la maléfica telaraña del régimen.

Por la noche, celebrando, vimos a un Chávez saboreando, desde su mesa didáctica de Miraflores, una taza contentiva del néctar negro de los dioses blancos, ligado en mistificación sublime con el producto blanquecino de la ubre del consorte del toro.

¡Y Venezuela ardiendo!